lunes, 16 de abril de 2012

Gardenias blancas

Desde hace unos días me siento extraña. La cabeza se me ha llenado de sombras y ni siquiera sé bien dónde estoy. Por mis párpados cansados se cuela una luz triste, del color de mis flores favoritas. Hay murmullos a mi alrededor pero no puedo ver sus caras. Un peso enorme me lo impide. Un peso frío y brillante. Como una lápida. Mamá, grito. Lester. Louis, ¿dónde estás? El grito se me queda agarrado a la garganta y mis labios permanecen inertes. Y qué más da. Enseguida recuerdo que mamá y Lester están muertos. Y Louis… Sus figuras me llevan de nuevo a las calles donde me crié. Veo la miseria de aquellas casas viejas; huelo el olor rancio de los prostíbulos, la col agria hervida en el comedor del reformatorio católico. Siento, hoy más que nunca, las manos húmedas de aquel hombre corpulento y calvo palpando mis muslos, profanando la suave piel de una niña de diez años. Una niña crecida prematuramente. Dicen que mentí al describir en mi biografía todos aquellos años y los que siguieron. Mi adicción a la heroína, la venta de mi cuerpo, los insultos del público al salir al escenario. Que he fantaseado sobre un padre desaparecido tras mi nacimiento. Sobre los hombres de mi vida. Maridos, amantes. Casi todos proxenetas o ladrones a quienes acabo causando más problemas que placer. Encarcelaciones por drogas, intentos de rehabilitación. Todo eso me hace perder actuaciones. No soy un buen negocio. Louis, mi último marido, anda siempre enfadado conmigo. Dice que voy regalando mi sexo a cualquiera y así no se puede trabajar. Mi poca cabeza. Pero qué hacer cuando, aún vestida de raso y con flores en el pelo, una siente que sigue en la plantación. Ni una sola caña de azúcar en kms a la redonda pero en los locales de la calle 52 no hay más caras negras que Teddy Wilson y yo. Tan sólo en el Greenwich Village, en el Café Society Dowtown, me siento más a gusto. Donde la música no entiende de colores. Denme allí dos gardenias blancas para recoger mis cabellos y Lady Day saldrá al escenario. Sensual, arrogante, hermosa. Mi voz no es el instrumento de una cantante, sino el de una mujer. Nunca canto igual. Nunca el mismo tiempo. Una noche es un poquito más lento; la siguiente un poco más brillante. Depende de cómo me sienta. Pero cada noche, en el Society, acabo mi actuación con las luces apagadas y el rostro iluminado por un foco tenue. Entono Strange fruit. Les hablo de los árboles sureños, de sus hojas sangrientas. De sus extraños frutos. Aquellos cuerpos negros balanceándose en las ramas. Cuando callo, todo se queda a oscuras. Es mi último canto. Entonces abandono el escenario para no volver. Mientras estallan los aplausos.






*Billie Holiday murió, arruinada y sola, en el Metropolitan Hospital de New York el 17 de julio de 1959. Tenía 44 años. Mientras yacía moribunda fue arrestada por posesión de drogas y permaneció bajo custodia policial hasta el final.
**Su gran amigo el saxofonista Lester Young, que la apodó Lady Day por su elegancia sobre el escenario, había muerto cuatro meses antes. En su entierro, ella predijo que sería la siguiente.
***Strange fruit fue declarada la canción del siglo por la revista Time, comparándola con la pintura de Edward Munch El grito. Escuchadla en esta antigua grabación. Su belleza sobrecogedora está más allá de las deficiencias técnicas del vídeo.







Imagen y vídeo tomados de Internet