domingo, 10 de junio de 2012

Agosto en el calendario



¡Mamá! Mamá, por favor.

La súplica parece revolotear alrededor de Celia con la levedad de una mariposa. Pero no detiene su mano. Arranca, una a una, las hojas del calendario. Sin vacilar. Primero, el gélido enero. El reflejo de las montañas nevadas en las aguas de un lago. Febrero y marzo van después. Las hojas volando como cometas. Abril, mayo, junio. Niega con la cabeza. Julio, un velero surcando el mar en calma, no la satisface. Y, al fin, agosto. Una cala semisalvaje. La luz del amanecer sobre una alfombra de caracolas y varias piezas de ropa dejadas como al descuido. Un hombre joven, jabalina en mano, corre sobre la arena. Celia ríe de pronto. Se aleja unos pasos para observar desde la distancia el torso desnudo, fibroso, del atleta. Recoge el abrigo, los guantes de piel y el chal. Le apetece pasear, como suele hacer desde hace un tiempo. No importa el clima ni las protestas de sus hijos. Conoce su preocupación. Una mujer en el inicio de su madurez, sola. Sienten el abandono del padre como una cobardía. Y, aunque ya han transcurrido dos años, no dejan de observarla. Acechan cada palabra, cada gesto. Como si fuera una niña. Últimamente la perciben cada vez más distante. Habla poco y a veces tiene la mirada perdida. No se atreven a decirlo en voz alta, pero temen un trastorno irreversible.

¿Te acompaño, mamá? Es ya de noche y ha comenzado a llover.

Celia dice adiós con la mano. Son tan sólo cuatro gotas y el viento ha amainado. Camina despacio, demorando a conciencia sus pasos. Disfruta imaginando todo tipo de cosas. Un encuentro inesperado. Un beso furtivo. Unos brazos alrededor de su cintura. Desde que ya no es fértil, su carne se ha vuelto dócil. Conoce cada arruga, cada lunar, cada pliegue. Y toda la orografía de su piel estalla al contacto de una caricia. Si su ex marido pudiese verla. La pudorosa Celia, abierta como una flor. Se detiene enfrente de las pistas, ahora tan solitarias y a oscuras. Lo imagina en la línea de lanzamiento. El pelo corto y húmedo; la camiseta ceñida. Reclinada sobre una valla, relee el mensaje de móvil que ha recibido unos momentos antes de salir de casa. Con aquel lenguaje escueto le ha repetido, por enésima vez, cuánto la añora y todo lo que le hará cuando se vean. Y el calor de esas palabras entrecortadas se le ha agarrado a la piel y no la suelta. Ojalá pudiera hacer que el tiempo avanzara con un suspiro y llegara pronto agosto. Le ha prometido que pasarán unos días juntos, en aquella cala casi olvidada. Y que, para divertirse, imitará la sesión fotográfica. Y en un susurro, muerto de risa, con jabalina, por supuesto.

Antes de volver a casa, Celia dará un paseo por los alrededores. Para tranquilizarse. No quiere preocupar más a sus hijos. Aún son demasiado jóvenes. En cuanto llegue, les preparará arroz con leche. Repleto de canela. Su postre favorito.